Vacaciones. Distancia. Una semana en casa y otra larga en Madrid. A Coruña sigue como siempre, la gente ocupada con sus clases, exámenes, prácticas y demás, y yo, mientras tanto, me voy a la playa a leer un rato, a ver el mar, a empaparme de esta ciudad que voy a pasar tanto tiempo sin ver. Los amigos siguen allí, donde los dejé hace ya tanto tiempo, pero siempre que vuelvo las cosas son como antes (sea algo bueno o malo, aun no lo tengo claro). Santiago sigue pareciéndome una ciudad un poco gris, pero un par de amigos, una cena de cañas por el casco viejo, una noche de cervezas y crema de orujo y copas de ron y risas y recuerdos hacen que me reconcilie un poco con la ciudad. El sábado, como todos los sábados, calimocho, cervezas, un poco de pachangueo, perder a los amigos, encontrarlos, más cervezas, música, recuerdos y vuelta a casa otra vez a las 6 de la mañana, pensando que va a pasar mucho tiempo antes de que vuelva a vivir una noche como esa.
No sé si me escaparé para San Juan, pero os echaré de menos de todas formas.
En Madrid, en una diminuta habitación del Johnny pueden caber muchas mas cosas de las que parece a simple vista. Aquí sobrevimos Jorge y yo y sus cosas, y mi maletón, y mi mochila. No está mal. En Madrid visitas a Fuencarral, risas, risas y más risas con les Luthiers, cervezas en el Garaje y chipitos de tequila el Cuervo. El miércoles Animalario, bienvenidos al María Guerrero, Marat y Sade, y propuestas de orgías teatrales, y la espalda de Alberto San Juan, y descubrir por enésima vez lo mucho que me gusta el teatro. Jueves, día de cañas, recogia en el aeropuerto de mi marido y mi amante favoritos, comida en el tigre, "Espejo de lo que somos", más cañas con Adri y Marta y luego cena y botellón en el piso. Decepciones, sorpresa, rabia y mucha cerveza. Sentirse rechazada, apartada, sola, muy muy sola. Por la noche a Malasaña, discusiones, ganas de llorar y un taxi que me lleva al refugio de 6 metros cuadrados donde me esperan unos brazos dispuestos a tranquilizarme y acunarme hasta que me duerma. El fin de semana fue extraño. Presentaciones familiares, cenas en la Posada, vino del bueno y sin coca-cola, para variar. Sorprenderme al descubrirme menos vergonzosa de lo que me recordaba y tratando de recordar nombres y caras. El sábado última y definitiva fiesta en calle Fuencarral. No fue lo imaginado, pero estuvo bien. Muchos amigos de varios grupos diferentes, Johnnys, médicos, Lilleputienses y el ilustre representante villalbino, Edu. A las 3 de la mañana la fiesta terminó para transformar el piso en un after improvisado en el que hablar de cine mientras que bebíamos whisky con hielo.
Cenas, paseos por Madrid, rayadas y besos que curen las heridas, noches de pasión y noches de películas y sueño, disfrutar de la pereza de no tener por qué levantarse de la cama, porque el mundo de fuera es demasiado frío. Puente en Madrid.
Luego, como siempre, sueño, un aeropuerto (este año los he cambiado por lasestaciones de tren, que me siguen pareciendo mucho más poéticas), un compañero de viaje y revistas para el avión. Un poco de miedo en el aterrizaje y un mucho de morriña al volver a casa. (¿Casa?)
De vuelta a Lille, he llegado a dos conclusiones: este año he viajado tanto, he vivido tanto y he aprendido tanto, que ya no sé ni dónde vivo, ya no sé a dónde pertenezco (si es que una pertenece realmente a un sólo lugar) en estos momentos soy (siempre) coruñesa, pero Madrid es mi casa (la ciudad entera) y una parte de mi siempre se quedará en Lille (aunque este verano yo me baje en Atocha). Además de mi estatus de apátrida (que me encanta), mi segunda conclusión es que he aprendido, de un modo un poco irónico, cruel e inesperado, que a veces las personas con las que contabas parecen haber sido espejismos, y aquellos de los que no esperabas recibir nada te sorprenden con gestos que hacen que me sienta un poco menos pequeñita y un poco menos sola.
Mi erasmus ya tiene fecha de finalización, aunque esa sea una realidad que aún no sea capaz de asimilar... Seguiremos informando...
